Hola de nuevo, muchachada. El tema que hoy ocupa el espacio humeante donde antes estaba mi cabeza, es el cisma religioso más gordo desde que el padre Apeles decidió amamellarse con Aramis Fuster. Tal es su magnitud.
Considerándome profeta de esta revelación divina, comienzo mi epopeya un Lunes a las 2 de la mañana, en casa nada más y nada menos del dueño y señor del blog lácteo (y algo abandonado) por excelencia. Arrellanados píamante en el sofá ante el sacramento de una botella de ron, el Sr.De Cocócomentó de forma vaga estar en posesión de una pieza de celuloide notablemente singular. Al parecer, había llegado a sus manos de forma poco clara (y aún menos legal), por medios paganos relacionados con la idolatría de cierta Mula, y aún no había tenido tiempo de examinarla. Nos, firmes defensores de la cultura, le instamos a mostrárnosla reprimiendo dinámicos bostezos de excitación. Y señores les juro que... que no... No puedo tan siquiera describir la emoción que me embargó. Sentí como si las trompetas de Jericó tocasen reggaetón al tiempo que la prostituta de Babilonia mordisqueaba mis pezones, cuando unas letras rojas como el demonio anunciaron que Phil Caracas encarnaba a JesuCristo Cazavampiros. ¡¡¡ALELUYA HERMANOS!!! Regocijaos, regocijaos mis feligreses pero humillaos también ante el poder del Kung Fu de Cristo. Pues durante 85 minutos Le veréis repartiendo hostias como panes (y no del ácimo precisamente) y repitiendo el milagro de la multiplicación con patadas en la boca. Y por qué os preguntaréis. ¿Por qué? Pues bien hermanos míos, no lo hacía por convertir a los infieles, pues Él es paciente y sabe esperar. No lo hacía por vengarse de romanos gordacos con gusto por la higiene manual, pues Él no es rencoroso y sabe perdonar. Nuestro Mesías favorito se lía la sábana santa a la cabeza para librar al mundo de una banda de vampiros con cierta inclinación a alimentarse de bollería fina. Y con ello no estoy hablando de succionar el chocolate de bollicaos ajenos, lo que bien mirado sería también una putada. No, en este caso El Hijo se esfuerza en salvar uno de los sectores más descarriados del rebaño con ayuda de Dios y un porrón de agua bendita. En conjunto, resulta una obra digna de fumata blanca y servidor aboga porque sea analizada y discutida por las más preclaras mentes del cristianismo (posiblemente, Rouco Varela y Ned Flanders) a fuer de ser incluída entre la carta a los Corintios y el Apocalipsis de San Juan. Al fin y al cabo, si Jesús pudo resucitar a Lázaro y convertir el agua en vino, bien puede combatir las fuerzas del mal a ritmo de rock y golpes Wing Chun. Lo dicho, toda una revelación digna del mejor espino en llamas.
"... el azar y los estupefacientes me habían traído a rastras por los caminos de la inconsciencia hasta aquel lugar. El calor del estío seguía pegado a mi piel como una lamprea con froteurismo mientras la humedad se ensañaba con mis ingles entumecidas y febriles. Y convulsas también.(...)
Intenté salir del colchón en donde me había despertado, pero los restos de vómito habían empegostado de tal manera las sábanas que tuve que tirarme al suelo para poder incorporarme. Mareado, busqué durante un rato algún animal muerto en el caos de la habitación hasta caer en la cuenta de que lo que apestaba era mi propio aliento. Sentí que me desmayaba y me derrumbé sobre el alféizar de la ventana para respirar algo de aire fresco, o al menos no tan enrarecido.Vomité otra vez sobre la calle, mis ojos llenos de lágrimas, mi nariz chorreando bilis y mucosidades innombrables. Los insultos de la buscona travestí sobre la que acababa de vaciar mis entrañas me sacaron de mi estupor y me obligaron a levantar la vista. Mis peores sospechas se confirmaron. Dios Santo. La inmensa mole de cemento y concreciones histéricas que me devolvió la mirada, ese aborto arquitectónico y enloquecido, sólo podía ser obra de una mente enferma y retorcida: la mía, y un cartel inmenso y carcomido me tatuó su leyenda en los ojos. ¡Maldito sea mil veces ese bastardo de Gonzo! ¡Mi doppelgänger, mi cruz, mi Tyler Dourden! Maldito mil veces por arrastrarme de vuelta aquí (...)
El cartel crujió. El Andén Hueco tenía dueño de nuevo."
Fragmento de los diarios perdidos de C.Corzo (con un saludo a H.P. Lovecraft y C. Bukowksi)
El término "Obra Maestra", tan libremente otorgado hoy día tiene en la historia un significado mucho más solemne. Durante la Baja Edad Media, la obra maestra de un artesano era aquel trabajo culmen de sus habilidades que le garantizaba el más alto reconocimiento de sus colegas de gremio. Y en teoría se trataba de un trabajo tan increíble y minucioso que el propio artesano no podría llegar a igualarlo jamás durante el resto de su vida. Siguiendo esta referencia, me parece no equivocarme cuando digo que Forrest Gump es justo eso: La Obra Maestra del director norteamericano Robert Zemeckis. Y teniendo en cuenta que el señor Zemeckis cuenta con varias películas excepcionales y de culto en su proverbial claqueta es decir mucho. Es más, es decir un huevo.
Pero créanme si digo que hay razones de peso para afirmar esto. El biopic del fictico Sr. Gump está revestido de ese nosequé que hace que cada vez que la veas sea una experiencia más emotiva y profunda que la anterior. Esa magia tan maravillosa como poco común que impregna los mejores libros y películas y los eleva a la intemporalidad.
La trama está repleta de referencias a los acontecimientos más significativos (y otros no tanto) del último siglo en Estados Unidos, en los que de un modo u otro el bueno de Forrest se ve involucrado. Sin embargo y a pesar de su relevancia, la historia de verdad se centra en el transcurso de la existencia del protagonista, hilvanando un relato divertido, entrañable y por encima de todo, muy tierno. Porque ante todo Forrest Gump es, como dice su tagline La Historia de una Vida. De una vida que llegaría a la inmortalidad desde el momento en que Forrest, sentado en un banco y con cara de concentración pronunciase su famosa frase "Mi mamá dice que la vida es como una caja de bombones..."
España estará en la Final (con mayúscula) de un Mundial por primera vez en su historia. Y como estoy tan seguro que vamos a ganarla, dejaré el tema para nuestra victoria del Domingo. En su lugar hoy voy a hablar de la otra gran protagonista de este Mundial. LasVuvuzelas. -La Vuvuzela es un instrumento trompetiforme y generalmente de plástico que deriva de antiguos útiles de tortura e intimidación zulúes usados en la guerras tribales. El característico sonido inducía unas cagaleras tan descomunales entre los enemigos que estos quedaban indefensos y medio deshidratados en su propia caquita mientras eran ensartados por las lanzas de tan terribles adversarios. Tras los estragos causados durante la guerra anglo - zulú, los británicos (y posteriormente los bóers) decidieron prohibirlas tajantemente hasta el punto de que su tenencia estaba penada con la muerte. Esta prohibición sería respetada hasta la gran revuelta de Piece of Shit donde las fuerzas de seguridad sudafricanas fueron acorraladas en un almacén abandonado y vuvuzelados hasta morir ahogados en sus propias heces. Tras la revuelta, los afrikaaners hubieron de negociar con los líderes locales hasta llegar a un acuerdo en el que se permitía a la población indígena poseer los instrumentos siempre y cuando éstos hubieran sido modificados para evitar sus desagradables efectos. Así surgieron las vuvuzelas actuales. Lamentablemente, esta versión moderna tenía y tiene el inconveniente de causar un odio asesino y unas terribles ganas de partir caras en aquellos que oyen el zumbido a escasos metros de sus oídos. Esto provocaría innumerables muertes entre la población negra y a la larga sería la causa principal del Apartheid.
Aún todavía existen vuvuzelas hechas a la antigua. He aquí un documento gráfico de sus terribles efectos.
Lo dicho, las vuvuzelas son un instrumento del diablo.
Si llegáis a asomaros a una azotea lo bastante alta para oir cercano el rumor de la vida y miseria humanas, seguro que no os resulta difícil imaginar la ciudad, cualquier ciudad, como un enorme mar. Un mar con olas de tiempo y corrientes de asfalto que nos llevan de un lado a otro conforme las navegamos, algunos con la seguridad de una flota entera de galeones y otros con la fragilidad de un esquife. Pero ya seamos galeón o bote, la mala suerte puede enviarnos de un golpe contra un témpano, un arrecife o un banco de tiburones para caer hundidos en lo más profundo de la vorágine del día a día en la ciudad. Rotos y olvidados. Y a veces, de vez en cuando y como tesoros de un naufragio tirados en la acera, encontramos personas con toneladas de puro talento que esperan a ver si alguien los saca del fondo de indiferencia y mierda en que se encuentran. Es el caso de Jim Mustard, un mendigo que fue llevado al programa de radio de Opie & Anthony en U.S.A en principio para una especie de concurso de compras para indigentes. A mitad de entrevista preguntó por una guitarra y soprendió al personal con esto:
Como dijo un comentarista anónimo de youtube. "Puedo sentir su alma desde mil millas."
Hasta ayer, el señor Grau Sivá se levantaba como cada día sin recordar haberse dormido. Y con la perfecta precisión que da la rutina bien asentada, se lavaba y se vestía parte por parte hasta terminar ajustándose el nudo de la corbata por encima del nudo de su garganta. Desayunaba entonces un café gris y unas tostadas en exactamentre 6 sorbos y 15 mordiscos, se ponía los zapatos (los mismos de siempre) y salía de su casa sin mirar atrás.
Desde el primer momento en que sus pies tocaban la acera recorría los 700 metros que había hasta su destino en 812 pasos justos. Los mismos 812 pasos que llevaba dando todos los días de su vida al menos que él recordara. Tanto era así, que los años de caminar hasta el trabajo habían impreso en el cemento las huellas de sus pies. Unas marcas indelebles que la monotonía y la vejez habían hundido poco a poco conforme el andar del señor Sivá se volvía cada vez más pesado. Por eso, hasta ayer el señor Sivá caminaba varios centímetros por debajo del resto de transeúntes, y cosa curiosa, la gente nunca interrumpía su tránsito. De alguna manera se apartaban de su camino en el último instante dándole el aspecto de un rompehielos cansado y con gabardina gris. De hecho, estoy seguro de que de haberse podido mirar desde arriba, habría dado la impresión de que las marcas no sólo estaban impresas en la calle, sino en el mismo fluir de la gente.
Hasta ayer las personas jamás miraron al Sr. Sivá, seguramente porque sabían que no era nadie. Él por su parte sabía que no le miraban porque en realidad ninguno de ellos existía.
Su trabajo y final de trayecto se hallaba en un vetusto edificio de fachadas oscurecidas por el hollín de los coches. De función poco clara, podría haber sido un viejo hotel, un banco o un edificio gubernamental grande y oscuro, de esos con corrientes que parecen suspirar entre los pasillos. Pero si en algún momento lo había sabido, hacía años que lo había olvidado y de todas formas tampoco es que importase. Porque al llegar allí se sentaba en su pequeña portería y sin que pudiese decir cómo, 8 horas desaparecían del mundo. Esto no le preocupó nunca, porque hasta ayer había sido siempre así.
Hasta ayer el cielo era siempre gris, porque era gris en su cabeza.
Pero esta mañana algo extraño le sucede. No está seguro, pero sospecha que el nudo de su corbata oprime demasiado el de su garganta. Quizás se ha vestido con demasiada rapidez pero eso es algo impensable porque, que él sepa, nunca le ha pasado cosa semejante. Y ahí no acaba todo. Esta mañana es incapaz de pisar en el mismo sitio y va tropezándose con los peatones que le miran extrañados. La opresión en su cuello va creciendo a cada paso hasta hacerse insoportable. Se afloja la corbata pero la presión no cede. Agobiado el Sr. Sivá se para en seco, cierra los ojos e inspira una larga bocanada de aire que parece aliviarle un poco. Animado lo intenta una segunda vez con todas sus fuerzas. Y una tercera. Cierra los puños y respira como si quisiese que el aire llegase directo a cada una de las partes de su cuerpo. Con cada inspiración nota que algo dentro de él se rompe con un crujido seco y liberador como de madera astillándose. A su alrededor una brisa empieza a soplar desde ninguna parte llevándose papeles de periódico y bolsas y finalmente una ventana que se despega de su edificio, con las contraventanas aleteando como una mariposa enloquecida. La brisa sopla rugiendo coreada por el sonido del anciano al respirar. Buzones, farolas, puertas. Hasta los propios transeúntes se ven arrastrados por el viento que los une y separa a capricho, ahora sentándolos en un banco, ahora llevándoselos por los aires hasta un balcón. Y en medio de todo el señor Grau Sivá con el pecho hinchado a más no poder y los pies flotando a varios centímetros del suelo, sonríe mientras el viento va deshaciéndolo como a una nube.Yo por mi parte, sospecho que cuando todo amaine las autoridades sólo encontrarán en medio del caos un bonito cielo despejado y unos zapatos. Eso sí, los mismos de siempre.
Desde un tiempo a esta parte, el universo literario se ha visto copado por una avalancha de literatura "noir" proveniente de los países más norteños del continente. El fallecido Stieg Larsson abrió la puerta con su trilogía de "Millenium" y el mercado se dejó conquistar por un nuevo concepto de detective, actual y moderno, tan ducho con las tecnologías como lo habían sido hasta entonces con la lupa y la libreta de bolsillo. Esta llegada ha forzado la desaparición paulatina de aquellos hombres torturados y cetrinos, envueltos en gabardinas y humo de tabaco. Es triste pensar que acabarán cubiertos de polvo y tiempo, pero si alguna vez llegaron a conocerles sabrán que los buenos detectives nunca dejaron de perder.
Las palabras que escribo a continuación son mi particular epílogo a estos sabuesos, y en especial al más duro y humano de todos ellos. Antonio Carpintero, "alias" Toni Romano.
Recuerdo la última vez que le ví. Estaba allí acodado en la barra del bar Oriente, mientras el camarero chino retiraba un carajillo de debajo de su bigote. Los años no le habían tratado bien, pero a mí tampoco y de todas maneras ya eran las cuatro de la mañana y los gatos de este barrio siempre son pardos.
- Toni
Giró la cabeza por encima de su hombro, los puños cerrados y los codos pegados al cuerpo. Porque ante todo era boxeador, de los que siempre esperan el golpe. Sonreí.
- Toni, macho, ya no nos queda ni el "Oriente". Joder lo que cambian las cosas.
Ahora sonreía él, con su cara de mongol triste. Me apartó un taburete y le hizo una seña al camarero.
- Ginebra caliente con limón. Y...
- Otra de lo mismo, que hace rasca. - Me arrebujé en el abrigo.- ¿Y cómo van tus casos?
- Fríos. Como tus historias, parece.
- ¿Y eso?
- Porque estás en plena madrugada bebiendo ginebra con sabor a aguarrás y haciéndole compañía a un servidor y a un chino. - Señaló al camarero con el pulgar- Y hay al menos tres cosas en esa descripción que no casan con la imagen del éxito.
Me reí por lo bajo y tomé un sorbo de la ginebra, que sabía efectivamente a aguarrás. Cuando volví a hablar mi voz sonó un poco más ronca.
- Siempre has tenido un pico de oro, Toni. Un pico de oro y una suerte de mierda. Y sin ánimo de ofender a tus habilidades de deducción creo que esa es la razón por la que tú estás aquí, de madrugada, bebiendo aguarrás.
Los brazos se le tensaron dentro de la chaqueta y pensé que me había pasado esta vez, pero al momento se relajó y me miró serio.
- Las cosas cambian, C. y yo ya estoy viejo para ir detrás de niñas pijas que se han escapado con el yonqui de turno. O para llegar a casa caminando desde un polígono industrial en el que me han dado una paliza. -Ahora miraba otra vez su copa. - Y hace años que las últimas piernas de escándalo llevaron a una dama en apuros hasta mi despacho.
No sabía que decir, porque estaba claro que llevaba razón. Yo mismo llevaba años buscándome el pan en noticias de segunda sin poder seguir el ritmo a la noche por los callejones. Así que hice lo único que podía hacer y apuré mi vaso al tiempo que él lo hacía.
- ¿Bajas por Malasaña?
- Sí - Te acompaño un trecho, entonces. - Eres un poco feo para ser mi niñera, pero como quieras. Durante todo el camino que hicimos juntos nadie dijo una palabra, mientras nuestros pasos resonaban en unas calles que eran espejo de una evolución que nos había dejado de lado. Donde antes habían bares, ahora había McDonald´s, tiendas de ropa gótica y un par de Sex Shops. Un adelanto, según se mire. Al doblar la esquina donde nos íbamos a separar le dí la mano por última vez. - Cuídate Toni
- Ya. Tú igual, C.
Se giró, dió un par de pasos y se volvió a medias.
- ¿Sabes? A veces pienso que ellos ganaron. Que después de todo acabaron ganando.
Yo sabía quiénes eran ellos. Bastaba con leer el periódico, cualquier periódico y allí estarían, empuñando un cuchillo, una pistola o una declaración de juicio nulo.
Ahora que lo pienso tendría que haber dicho algo, pero no se me ocurrió y él no quería esperar a oírlo. Se dió la vuelta y se fue, con la gabardina goteando soledad y los hombros encorvados. Porque ante todo era un boxeador, de los que saben que la vida nunca amaga el golpe.
La verdad, no sé dónde andará ahora. Pero estoy seguro de que a su manera cansada y cínica estará arreglando algo de este jodido mundo.
Porque los buenos detectives nunca dejaron de perder. Pero los mejores nunca dejan de intentarlo.
Peter Fjordsôn, estudiante universitario oriundo de Albany, Illinois, se encontraba hace unos años realizando un viaje de mochileros por Europa. Iba en busca de las emociones moderadamente fuertes que todo buen muchacho norteamericano puede hallar en el Viejo Continente. Hasta el momento poco le había defraudado en su periplo, habiendo disfrutado de cervezas rubias en los McDonald´s franceses y de unos estupendos bollitos caseros en Amsterdam que no le dejaron tan buen sabor de boca como de espíritu.
Sin embargo para desconsuelo del joven Fjordsôn, las europeas, máxime atractivo en tal tipo de viajes, no parecían estar al tanto de la fama que tenían entre los muchachos norteamericanos. O bien no querían hacer gala de ella con él, pues no había pillado cacho en las casi dos semanas y media que llevaba por nuestro terruño. Una mañana no obstante, a punto de cruzar la frontera Austríaco-Bávara se encontró de frente con un cartel. Era un cartel blanco, sencillo y limpio cuya simplicidad no desmerecía en absoluto la rotundidad de su mensaje:
Fucking 4Km.
"Santa Mantequilla de maní", dijo. Las leyendas eran verdad. Las historias más sucias y degeneradas de los veteranos de su fraternidad eran, al fin y al cabo, ciertas. Sus gónadas practicaron un rasgueo infernal con todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo y le impulsaron a través de aquellos cuatromil metros de impoluto asfalto germano. Su mente estaba nublada con imágenes de valkyrias semidesnudas peleándose a besos por comer de su fruta prohibida. Su saliva era salada y caliente de pura anticipación. Su cara de saludable mozo de campo estaba enardecida y desencajada, la quijada goteante, la lengua fuera.
Caminó en la mejor de tradición de los gatos calzados con botas, harto abundantes en esa región, y alcanzó su objetivo unos cuantos segundos más joven. La bruma rosada que le cubría los ojos se fue levantando y vio...
A partir de este punto la historia se vuelve imprecisa y vaga. Quizás el esfuerzo le condujo a una combustión espontánea. Quizás lió el petate y se fue de vuelta a sus campos de maíz.
Lo que es seguro es que lo que vió al término de su caminata fue un pueblecito idílico y antiguo sin más sexo que el que sus habitantes quisieran tener a puerta cerrada.
Porque Fucking es tanto el pueblo con el nombre más desafortunado del primer mundo como una hermosa villa fundada en el 1070 y nombrada así en honor a un tal Focko, cuyos méritos desconozco. Fucking pertenece al municipio de Tarsdorf y se halla a tan sólo unas millas de la ciudad de Salzburgo. Al parecer la desafortunada homonimia con el infame gerundio inglés les cuesta a los pobres un pastiche en concepto de señales robadas. Y unas cuantas horas extra a los representantes de la ley, deteniendo y multando a parejas de turistas en público fornicio. Los habitantes se hallan indignados ante estos cada vez más numerosos actos "vandálicos". El Alcalde, Franz Meindl proclamó en una memorable entrevista su reprobación y su desconocimiento del porqué de tanta coña. Desgraciadamente su declaración, en inglés, quedó un tanto deslucida cuando preguntó "What´s the Fucking joke?". Pitorreo general y zapatiestas en el pequeño ayuntamiento. La polémica continúa encendida, y el turismo es cada vez mayor, gracias en parte a la publicidad de blogs como el mío. Siento hacer leña del árbol caído, pero... ¡Ah, haber pedido muerte!
"Fucking, Por Favor no tan rápido!"
Señal cerca de un colegio.
Nótense las carusas que ponen, pobrecicos míos. Quién no querría ir despacito con ellos para no hacerles daño?
Esta mañana me he despertado con la boca oliendo a perro muerto y los restos de un sueño rarísimo revoloteando en mi cabeza. Especifico que no me drogué la noche anterior, aunque me mandé tres bocadillos de tortilla de bubangos (calabacines) con cebolla, mayonesa y queso. A lo mejor tuvo que ver, pero qué sabe uno de las entelequias de la mente...
En fin, el sueño fue más o menos así:
Estoy en el pabellón universitario frente a la Universidad Central. En las canchas de baloncesto se han habilitado unas porterías para la final olímpica de fútbol hawaiano entre España y un país desconocido cuyo uniforme es negro con rayas rojas. El deporte en cuestión parece una mezcla de balonmano y fútbol donde los pases se realizan con la cabeza y las manos y los tiros a puerta se hacen con el pie. Al menos eso me parece entender, porque ahí todo dios hace lo que le sale de los mismos.
La selección española está compuesta por una cantidad indefinida de deportistas sin uniformar que no tienen nada que ver con el fútbol. Entre ellos destacan Nadal y una chica bajita y delgada. Llama la atención porque está desnuda a excepción de unos calcetines deportivos y unos tenis de fútbol sala Puma. Cabe la posibilidad de que esto fuera un spam proveniente de algún sueño guarrete que intentaba hacerse oír. El caso es que le pregunto a mi hermano, de pie a mi lado, por la chica en cuestión (que está rematando en ese momento un pase con las berzas).
- Debe de tratarse de una deportista dedicada a una disciplina muy, muy específica del ...- y aquí mi hermano y yo coreamos- ¡atletismo! Y por eso tiene tiempo para dedicarse a otros rollos.
- Ahhh, ok, ya.
Asiento complacido porque la explicación me parece de una lógica aplastante. El partido continúa y España parece ir perdiendo contra el equipo rojinegro. El público suspira y se lamenta ante lo que supone inevitable, cuando de repente aparece el ex-jugador del Barça Abelardo, corriendo por la banda con el equipaje de la selección holandesa. En una épica jugada consigue meter gol provocando un estallido de gozo en el público. El colegiado pita y se inicia la ronda de penaltys.
Los penaltys consisten en lo siguiente: el jugador que se dispone a tirar el penalty se pone frente al poste izquierdo de la portería mientras otro miembro de su equipo intenta nublar la visibilidad del portero colocándose de espaldas a él. España lo tiene difícil porque el tipo que tapa a nuestro portero es muy gordo y la pelota parece haberse convertido en un plátano. Desgraciadamente me pierdo el final porque estoy dándole vueltas a lo que he comido.
Los equipos se retiran para dejar paso a las rondas clasificatorias de fútbol hawaiano en la categoría de parejas. En este deporte cada pareja se dispone en el campo contrario, de espaldas al portero rival. El objetivo es marcar un gol de una sola patada y sin darse la vuelta, recibiendo el pase de su propio portero. Las parejas son mixtas y todos parecen ser expertos en artes marciales menos España, cuya pareja está compuesta por un hippie con gafas violetas de media luna y una señora de mediana edad con una peluca a lo afro.
A mi lado pasa un tipo de lo más amigable y se inicia la siguiente conversación
- ¿Ey Gonzo, qué tal te va? Tienes el pelo un tanto largo ¿no?
Se echa a reír con grandes carcajadas
- Si ya lo sé, tengo que rapármelo otra vez que ya toca.
- ¿Tío, te cortaste tú mismo las patillas? Eso ya no tiene gracia. Tienes que irte al pueblo con las chicas y que te lo dejen bien de una vez.
- Ya, esta tarde voy.
- ¿Vamos a desayunar o qué?
- Vamos
Salgo del pabellón acompañado por un grupo de colegas y empezamos a correr rápidamente para llegar al bareto de desayunos antes que un grupo rival, comandado por el tío con fijación capilar. La calle se convierte en la plaza de la Concepción y nuestra carrera se vuelve desesperada cuando Tomé intentando guiarnos nos hace dar vueltas alrededor de una fuente de medio metro de alto. Al final Sergio y mi hermano preguntan que por qué corremos en círculos y ante la falta de respuesta, tiramos calle arriba hasta el infame bar en cuestión. Lamentablemente cuando llegamos un hombre chino nos informa que el bar acaba de cerrar y nos quedamos todos desconsolados y hambrientos contemplando el cartel que anuncia “Desayunos místicos y pan con chorizo - 4´25”
Me despierta la aspiradora de mi madre, y una erección monstruosa cuya procedencia soy incapaz de adivinar. Menuda noche.
Por cierto, Aquídejo otro sueño cachondísimo de la mano de Sergio Cocó.
Tú y tus amigos entráis en un bar. Os sentáis y al acercarse el camarero pedís rápidamente las bebidas, porque afuera es verano y la temperatura es casi de treinta grados. A tí se te ocurre ordenar una Coca - Cola ignorante de la extraordinaria reacción que acabas de iniciar en uno de tus colegas. Madre mía pero qué inconsciente. Petrificado observas la culminación de ese proceso cuando el interfecto se eleva sobre la silla culeando hacia atrás y te espeta: "¡Estás loco! ¿Pero cómo se te ocurre pedir esa cosa, no sabes que se pueden limpiar monedas con eso?"
Tú estás avergonzado ante tu desconocimiento, pero intentas defender la petición de Coca Cola aludiendo que todo el mundo sabe que eso es un mito. La bebidas llegan y tu colega te reta a que metas una moneda sucia en tu espumeante brebaje. Al final cedes, primero para que te dejen en paz de una vez, que qué coño, ya que te la vas a pagar tú que menos que pedir lo que quieras. Y segundo porque tus otros amigos están jaleando el experimento parapetados cobardemente tras sus vasos de inocua cerveza. Sacas la moneda. La tiras dentro del vaso. Y la sacas temblando. Limpia, hermosa, como recién hecha. Brillando con el hermoso resplandor de la unidad de intercambio comercial por excelencia. "Lo ves, te lo dije. Anda pídete una birra o una fanta, que al menos no te matarán con 30 años"
Y así queda la cosa. El experimento se ha saldado con un amigo erigido como tocapelotas real y encima tú te has quedado sin Coca Cola, y con la palabra en la boca.¿Te resulta una imagen familiar?
- ¿Oh, Dios mío Dr. Gonzo cómo podría haberlo evitado?
Fácil, queridos. Leyendo este interesante artículo sobre la propiedad limpiadora del icónico refresco.
Veamos. Es cierto que la Coca - Cola es capaz de limpiar algunos metales, entre ellos los que conforman las aleaciones de las monedas. Esto se debe a uno de sus componentes: el ácido fosfórico [H3PO4]. El ácido fosfórico se utiliza como acidulante para darle un toque más refrescante a la bebida y contrarrestar el excesivo dulzor de algunos de sus otros ingredientes. El ácido fosfórico sustituyó a principios del siglo veinte al ácido cítrico cuando John Pemberton se dió cuenta de que así abarataba costes de producción. La leyenda se forjaría durante los 50 y 60, cuando conductores, motoristas y camioneros la utilizaban para pulir los parachoques y demás superficies cromadas de sus vehículos. El ácido fosfórico reacciona con el cromo formando una capa superficial y brillante de fosfato de cromo. De hecho, las pinturas antioxidantes que se utilizan hoy día tienen su dosis de ácido fosfórico. Peeero no es en modo alguno dañino para el ser humano, ni dado el caso, para ningún animal. De hecho el fósforo es un elemento en extremo beneficioso para el organismo. Entre otras cosas forma parte de los ácidos nucleicos, es clave para múltiples reacciones de modificación de moléculas, conforma el ATP (el combustible metabólico) y el AMPcíclico (uno de los principales mensajeros intracelulares), etc... Y aunque existen grandes reservas del mismo en forma de sales almacenadas en el esqueleto el aporte extra de la Coca Cola siempre viene bien. Así que ya saben. La Coca Cola te puede matar por su increíble aporte calórico, por su sabor dulzón o por beber un sorbo con la boca llena de mentos. Pero no por el ácido fosfórico.
- Raymond, mírame.
Ella estaba delante de él, tan hermosa como siempre había sido, más que nunca. Tan hermosa que los ojos de Raymond se negaron a llorar su tristeza por no apartarse un segundo. Todo sucedía en la más absoluta lentitud. Raymond podía sentir las palabras tomando forma en sus labios, dibujando su trayectoria en el aire. Despedazando su alma con exquisita dulzura. En la parte de atrás de su cabeza la memoria ardía con la fricción de cientos de recuerdos pasando a gran velocidad. Dejando un surco de dolor, que toma la forma de él mismo corriendo a través de kilómetros de brasas. Porque una vez le dijo que lo haría si ella se lo pedía. Y hubiese corrido por encontrar una razón, una lógica a un universo que permitía que alguien como ella se hubiese fijado en un pedazo de anonimato como él. Para sentirse merecedor de tanta belleza.
Con un crujido casi audible los huesos de Raymond se rindieron ante el peso de aquella mirada, haciéndole recostar su cuerpo contra la pared, lentamente. Para que ella no notase que se estaba derrumbando. Que había perdido. Una vez te quise. Una vez... Hace tiempo, no es culpa mía. El tiempo lo erosionó todo, mis sentimientos se... se perdieron. Pero te quería. Porque ahora me estoy ahogando. Y tú estás ahí, en frente con los ojos tan anegados de dolor que mirarte es como mirar al Sol de frente.No me hagas esto, por favor, por favor, no.
Los errores del pasado, aquellos que le habían marcado sin que él lo supiera, o sin que les diera importancia, estallaron sobre él.
Los segundos congelados cayeron en cascada. Y mientras Raymond se rompía en pedazos supo con total claridad que nunca había dejado de quererla un momento. Ni siquiera cuando se la dejaba olvidada en el fondo de una botella, o en el pelo de otra mujer. Supo que el mañana vendría gris.
Raymond la miró por última vez.
- Adiós, Raymond.
P.D: Este post va dedicado a 2 de mis lectoras. A una por inspirarme. Y a otra para que no cometa el error de pillarse a un Raymond, que nunca merecen la pena.
04:30 Despego el paquete envuelto en celofán y papel aceitado de detrás del váter, y desenvuelvo su contenido: Una Glock 18 y tres cargadores llenos que van a parar a mi chaqueta. Bajo corriendo las escaleras y salgo por la puerta trasera. Las nubes chillan que el diablo ha abandonado el edificio.
04:38 Me monto en el descapotable de Marty, con 2 garrafas de gasolina, un rollo de cinta americana y mis cojones artillados de 9 mm. Si tengo suerte, todavía quedará truco en la guantera.
04:39 Tengo suerte.
04: 43 El truco galopa por mis venas como una horda de hunos reventando mis conexiones nerviosas. Pongo el coche a 2000 revoluciones hasta que el motor huele a quemado. O quizás sea yo, pero qué coño. Sonrío. Si es verdad que el estiércol es tan buen combustible esta mierda de pueblo va arder como el Infierno. Toca moverse.
Los semáforos son relámpagos de luz, y los coches un bocinazo deformado por el efecto doppler y la droga. Recorro 10 calles en menos de 2 minutos con el cuerpo tan tenso que puedo oír cómo me chirrían los tendones. La comisaría está justo en frente. Detengo el coche en mitad del asfalto y me bajo con la pistola, la munición, la cinta y una de las garrafas de gasolina bajo el brazo. Calculo que estoy a unos siete minutos de perderme por completo en el subidón de la droga, si mi corazón aguanta. O no me han matado antes. Compongo mi expresión más amable y entro en la oficina del Sheriff. El gilipollas de Ronald el ayudante se planta delante con un detector de metales y con lo que debe creer es una sonrisa de superioridad grabada en la cara.
– ¿S.? Puntual como un chico de ciudad. Buen muchacho, que respeta la autoridad. – Se agacha hasta mi oído. – Y que ha traído consigo el millón en metálico o 20 años para gastar en prisión. Putita.
Miro alrededor. Hay 5 policías sumidos en papeleo en la pequeña oficina y por supuesto, el Sheriff. Obeso, comido por la droga y la sífilis que se trajo de Vietnam. Corrupto y malignamente estúpido. La araña vieja y gorda sentada en su enorme tela de cemento, cristal y polvo. Sabe que he llegado y mira por entre las cortinas de su despacho como un caimán asoma por encima del agua. Puedo olerle desde aquí. Te voy a quemar hijo de puta. Suspiro y miro a Ronald.
–¿Podría sacar todo el metal que lleve encima, Sr. S.?
El truco casi no me deja hablar. Todo se empieza a volver lento y espeso. El tiempo es un torrente de melaza. Puedo oír cantar a Dios.
– Ronnie Querido. Ronnie Money quería un pony. Su mami no le dejó y Ronnie Money a llorar se echó. Como su madre verle llorar no quería, le propuso ir a la heladería.
– ¿¡Qué mierdas estás diciendo loco cabrón!? ¡Saca cualquier objeto metálico que lleves!
Cojo un bolígrafo de la mesa que tengo justo al lado y se lo clavo a Ronald en el cuello con tanta fuerza que mi puño rompe su tráquea con el golpe. Su cuerpo choca contra la pared y va resbalando hasta el suelo. Le termino la canción.
– Pero Ronnie quería el pony, no se olvidaba de ello. Y su madre harta le rompió el cuello.
Un gorgoteo y Ronald está muerto. Le cojo la pistola del cinto y saco mi glock de la chaqueta. La adrenalina se suma a la droga y empiezo a disparar. Mis brazos se mueven a la velocidad del sonido. La balas vuelan dejando estelas elegantes que rasgan la realidad con brillantes tonos de rojo. La saliva se derrama de mi boca entre los dientes apretados. Y los policías van muriendo uno tras otro con los cuerpos reventados por agujeros que son como estrellas en negativo. Pasa un segundo con la lentitud de un siglo. Y luego...
El cristal del despacho del sheriff estalla cuando dispara una escopeta del calibre 12 intentando cazarme. Casi puedo ver la hermosa trayectoria de los fragmentos floreciendo en el vacío. Recibo el impacto en el más absoluto silencio. Porque a estas alturas mis oídos deben de haberse frito con la droga. Tampoco siento dolor. Por lo que corro a través de la sala antes de que el Sheriff recargue el arma. Salto a través de la ventana y aterrizo encima de él babeando como un animal, acuchillándole la boca con el cañón del revólver de Ronald. La escopeta sale volando al otro lado del cuarto. Abre la boca cerdo. El sheriff escupe sangre y algunos dientes a través de las comisuras de la boca, el único espacio que no está lleno de metal.
– ¿Qué tal mi polla de fabricación israelita? Chúpamela gordo cabrón, prometo avisarte antes de correrme 10 balas en tu garganta.
– MMMMMM!!!!
– Ahora escúchame. Tus ojos son dos lienzos. Y voy a pintarlos de negro.
Me incorporo y le disparo en las rodillas hasta quedarme sin balas. Camino hasta la entrada de la comisaría donde dejé la garrafa y la llevo hasta el despacho, con el sheriff aullando todavía de dolor. Huele a sangre, a pólvora y a café de máquina. También huele a carne de cerdo. O va a oler. Le rocío de gasolina por encima y vierto el resto por el despacho hasta agotar los 8 litros. Arrojo la garrafa a un lado y me inclino sobre el brazo gordo de la ley para atarle las manos con la cinta americana. Apenas se resiste. No le oigo pero supongo que me está rogando hacer un trato. Que se joda. Encima de su mesa de roble hay una caja de puros y dentro... Bingo. Un mechero zippo de unos 40 dólares. Una hermosa pieza de coleccionista y un final perfecto. Agarro una pila de papeles y les prendo fuego. Cuento hasta tres en voz alta y los dejo caer sobre el charco de gasolina más próximo, que se inflama con rapidez. El fuego empieza a devorar ansioso el parquet y las paredes. Y al Sheriff. Desde las piernas. Nada de asfixia, este cabrón se va asar y va a disfrutar del proceso. De camino a la salida me aseguro de conectar los extractores de humo.
Me monto en el coche, chorreando sangre en la tapicería. Apenas tengo idea de qué están haciendo mis piernas y supongo que me habré meado encima. Al final parece que no usaré el bidón de gasolina extra para la huída. Miro hacia la comisaría. Las llamas lamen la calle desde las ventanas del primer piso y me saludan con rápidas reverencias. A su Prometeo particular. Me estoy muriendo pero el coche arranca a la primera y puedo enfilarlo hacia el desierto. Cojo la garrafa con un esfuerzo supremo y la dejo colocada sobre el acelerador, meto cuarta y me desmayo. Un último relámpago de consciencia. En un ataúd chevrolet rodando a lo largo de miles de kilómetros de arena que forman una mortaja única. A 120 y acelerando.
Cruza el umbral de la puerta sujetándose las solapas de su abrigo de estilo marinero. El muslamen apretado en el negro sucio de unos pantalones pitillos sujetos precariamente por un cinturón de tela escocesa. Desenfadadamente caros. Absolutamente británicos. Una bufanda de punto cruza una ajustada camiseta con la imagen solarizada de Audrey Hepburn y una frase obscena en inglés impresa en letras negras con una fuente de diseño ultramoderno. La gente se arremolina en torno al gran salón para mirar a esta encarnación del esteta moderno. Y aunque todos son sumamente más ricos que él, se saben incapaces de igualar la informal sofisticación que desprende cuando sus zapatos describen una sobria filigrana sobre la alfombra turca de 2000 euros. Pronto empiezan las presentaciones. Salteadas con ponzoñosos comentarios por parte de aquellos que aún consideran el viejo esnobismo como el colmo de la elegancia. Esperando pillarle por sorpresa. - ¿Conocéis a Javier?
- Vagamente. Creo recordar que eras...
- Magnífico. Y pintor.
- Interesante oficio.
- Oh, yo no consideraría las inversiones de treinta mil euros en cuadros un oficio. Digamos que soy un artífice de caprichos.
- ¿Treinta mil en cuadros?
- En cultura, de hecho. Pero siempre hay quien prefiere el golf. Jajajajá
- Jajajajá
El esnob se retira con las orejas gachas intentando disimular la anécdota sobre su nuevo putter, que aún flota en el ambiente igual que un pedo. Su joven contrincante sonríe desde el Olimpo de la autoconfianza. Igual que Hércules su bastardía es su acicate. Su padre es el cosmopolitismo y su madre la beca Erasmus. Su estirpe se remonta a George Brummell y a la corte de Jorge IV.
Él es un Dandy.
Las conversaciones se van sucediendo a lo largo de la noche entre la ingesta de caviar y champagne. El dandy se revela como un bebedor profuso y un conversador todoterreno. Su verbo es rápido, anecdótico y educado. Es capaz de conectar las influencias de la música Indie actual con los orígenes del calvinismo, y además meter entre medio alguna perla sobre el Getafe F.C y la última marca personal de Asafa Powell. Indomable pero flexible en sus convicciones, es como el Bruce lee de la dialéctica. Y cuando el género femenino abunda, sabe provocar el espasmo de la carcajada en los bien rellenos escotes con una batallita sobre su última visita a Berlín. La madrugada despunta en el carísimo carrillón del salón. Y el dandy se despide de sus anfitriones. Los hombres le sacuden la mano deseando que fuese su miembro. Las mujeres le besan las enjutas mejillas, desmayadas ante la proximidad de un glamour que ha alcanzado la consistencia de campo eléctrico. Y el dandy se despide breve y sobrio, como los grandes rockeros, dejando a su público con ganas de un bis.
Para perderse en la noche urbana, su reino y amante exclusiva.
Dr. Gonzo Heme aquí. Quedaría estupendo dejar así la presentación y quedarme fino, con el ojete picueto picueto. Pero las escasas normas de cortesía inculcadas por mis progenitores y la deferencia que profeso al dueño y soberano de este blog me obligan a sacrificar el dramatismo en pro de una presentación adecuada a las necesidades de cualquiera que desee leernos. Así pues, lo primero, antes.
La idea de participar aquí como colaborador surgió hace ya algunos meses en tierra extranjera y ¡cuánto más fácil suponía pensar en ello cuando el ordenador más cercano estaba a, bufff, a... bueno no muy lejos pero había una maldita cuesta en medio y a mí se me da fatal falar portugues!
Pero el tiempo pasa y a medida que las insinuaciones de Coco se hacían más intensas mi misfortunio aumentaba. Al final, no teniendo más salida que hacerlo o escurrir el bulto cobardemente, decidí ponerme a ello. Para conseguir fuerzas acudí a mi endocrino, quien me sometió a estricta dieta y me cambió los terrones de azúcar del café por pelotas de sodio. Tras esto tan sólo necesité una hora de inspiración y dos semanas de quirófano para decidir incluirme entre los retazos de la perturbada cabeza de un yogur de sabores. Lo que, he de decir, supone tanto un honor como una soberana putada. Y es que cuando hay un estándar a cumplir puede suceder que la pluma se ponga en huelga de punta caída y la inspiración se disipe como por arte de magia. Y así, momentos antes de la culminación de un artículo o una opinión, la prosa se interrumpe con gran disgusto por parte del lector y tremenda vergüenza por parte del literato. O peor todavía, la extrema necesidad de descargar las ideas propias puede dar lugar a que sean vomitadas en tan sólo tres míseras líneas, dejando al lector pensando ¿Ya? Al menos la etiqueta del champú me dura unos minutos. Por todo ello pido un poquillo de paciencia.
Que es mi primera vez.
"Uno de los prototipos personales de Dios. Un mutante altamente potenciado de algún tipo que nunca fue concebido para la producción en masa. Demasiado raro para vivir y demasiado jodidamente escaso para eliminarlo." ["One of God's own prototypes. Some kind of high-powered mutant never even considered for mass production. Too weird to live, and too damn rare to die"]