viernes, 26 de junio de 2009

El soñador.



Está claro que a estas alturas no puedo negar que estoy borracho. Ebrio de melancolía, perdido entre los jirones de los recuerdos de sitios en los que nunca he estado. Sitios que seguramente ni siquiera existan. Lugares tan hermosos que su mera belleza debería solidificarlos ante mis ojos si tan sólo la física cuántica fuese un poco más romántica. Y todo un desfile de criaturas a cada cual más extraña y fascinante. Seres tan grandes que podrían usar un islote de camastro, y tan ancianos que hubiesen caminado de niños de un lado a otro del mundo sin tener que tocar el mar. O pequeños organismos con una vida tan fugaz que apenas se pueda decir que hayan existido, dejando atrás, sin embargo, monumentos inmunes al mordisco de miles de siglos. He visto gigantescas cordilleras, blancas y escarpadas surgiendo de entre las nubes de tormenta, y ciudades entera hechas de cristal y diamante erigiéndose desde las profundidades del océano hasta la puesta de sol. He visto mil universos, mil, al otro lado de un pensamiento. Y luego los he borrado para crear otros nuevos. Porque eso es lo que hago. Soñar. Más que un hijo, un novio, un escritor o un ser humano, soy un soñador, y por los sueños me defino. Y como buen soñador, tengo insomnio. Los soñadores de verdad tenemos la cabeza demasiado ocupada para abandonar algo tan importante al subconsciente. Las pesadillas más terroríficas que jamás haya tenido no eran las que me despertaban sudando de la cama. Eran las que se me ocurrían segundos después de abrir los ojos. Y mis mejores sueños adornan los márgenes de unos cuantos apuntes de clase, condenados a amarillearse y morir arrugados entre letras apretujadas y azules.
Me he pasado la vida vagando entre sueños.
Truman Capote decía que una persona que no sueña se envenena por dentro, y acaso tuviera razón. Pero los sueños son como el aire: alimentan tu vida hasta que acaban consumiéndola como con los rescoldos de una hoguera. Así que ya puestos, veneno por veneno, yo estoy aquí borracho de melancolía. Pero, sobre todo, borracho de cerveza.