domingo, 24 de enero de 2010

Un sueño

Esta mañana me he despertado con la boca oliendo a perro muerto y los restos de un sueño rarísimo revoloteando en mi cabeza. Especifico que no me drogué la noche anterior, aunque me mandé tres bocadillos de tortilla de bubangos (calabacines) con cebolla, mayonesa y queso. A lo mejor tuvo que ver, pero qué sabe uno de las entelequias de la mente...
En fin, el sueño fue más o menos así:

   Estoy en el pabellón universitario frente a la Universidad Central. En las canchas de baloncesto se han habilitado unas porterías para la final olímpica de fútbol hawaiano entre España y un país desconocido cuyo uniforme es negro con rayas rojas. El deporte en cuestión parece una mezcla de balonmano y fútbol donde los pases se realizan con la cabeza y las manos y los tiros a puerta se hacen con el pie. Al menos eso me parece entender, porque ahí todo dios hace lo que le sale de los mismos.

   La selección española está compuesta por una cantidad indefinida de deportistas sin uniformar que no tienen nada que ver con el fútbol. Entre ellos destacan Nadal y una chica bajita y delgada. Llama la atención porque está desnuda a excepción de unos calcetines deportivos y unos tenis de fútbol sala Puma. Cabe la posibilidad de que esto fuera un spam proveniente de algún sueño guarrete que intentaba hacerse oír. El caso es que le pregunto a mi hermano, de pie a mi lado, por la chica en cuestión (que está rematando en ese momento un pase con las berzas).

  - Debe de tratarse de una deportista dedicada a una disciplina muy, muy específica del ...- y aquí mi hermano y yo coreamos- ¡atletismo! Y por eso tiene tiempo para dedicarse a otros rollos.

 - Ahhh, ok, ya.

  Asiento complacido porque la explicación me parece de una lógica aplastante. El partido continúa y España parece ir perdiendo contra el equipo  rojinegro. El público suspira y se lamenta ante lo que supone inevitable, cuando de repente aparece el ex-jugador del Barça Abelardo, corriendo por la banda con el equipaje de la selección holandesa. En una épica jugada consigue meter gol provocando un estallido de gozo en el público. El colegiado pita y se inicia la ronda de penaltys.

 Los penaltys consisten en lo siguiente: el jugador que se dispone a tirar el penalty se pone frente al poste izquierdo de la portería mientras otro miembro de su equipo intenta nublar la visibilidad del portero colocándose de espaldas a él. España lo tiene difícil porque el tipo que tapa a nuestro portero es muy gordo y la pelota parece haberse convertido en un plátano. Desgraciadamente me pierdo el final porque estoy dándole vueltas a lo que he comido.

  Los equipos se retiran para dejar paso a las rondas clasificatorias de fútbol hawaiano en la categoría de parejas. En este deporte cada pareja se dispone en el campo contrario, de espaldas al portero rival. El objetivo es marcar un gol de una sola patada y sin darse la vuelta, recibiendo el pase de su propio portero. Las parejas son mixtas y todos parecen ser expertos en artes marciales menos España, cuya pareja está compuesta por un hippie con gafas violetas de media luna y una señora de mediana edad con una peluca a lo afro.

 A mi lado pasa un tipo de lo más amigable y se inicia la siguiente conversación

 - ¿Ey Gonzo, qué tal te va? Tienes el pelo un tanto largo ¿no?

 Se echa a reír con grandes carcajadas

- Si ya lo sé, tengo que rapármelo otra vez que ya toca.

- ¿Tío, te cortaste tú mismo las patillas?  Eso ya no tiene gracia. Tienes que irte al pueblo con las chicas y que te lo dejen bien de una vez.

 - Ya, esta tarde voy.

 - ¿Vamos a desayunar o qué?

 - Vamos

 Salgo del pabellón acompañado por un grupo de colegas y empezamos a correr rápidamente para llegar al bareto de desayunos antes que un grupo rival, comandado por el tío con fijación capilar. La calle se convierte en la plaza de la Concepción y nuestra carrera se vuelve desesperada cuando Tomé intentando guiarnos nos hace dar vueltas alrededor de una fuente de medio metro de alto. Al final Sergio y mi hermano preguntan que por qué corremos en círculos y ante la falta de respuesta, tiramos calle arriba hasta el infame bar en cuestión. Lamentablemente cuando llegamos un hombre chino nos informa que el bar acaba de cerrar y nos quedamos todos desconsolados y hambrientos contemplando el cartel que anuncia “Desayunos místicos y pan con chorizo - 4´25


  Me despierta la aspiradora de mi madre, y una erección monstruosa cuya procedencia soy incapaz de adivinar. Menuda noche.

Por cierto, Aquí  dejo otro sueño cachondísimo de la mano de Sergio Cocó.

martes, 19 de enero de 2010

La Coca - Cola como limpiador de metales

   
Tú y tus amigos entráis en un bar. Os sentáis y al acercarse el camarero pedís rápidamente las bebidas, porque afuera es verano y la temperatura es casi de treinta grados. A tí se te ocurre ordenar una Coca - Cola ignorante de la extraordinaria reacción que acabas de iniciar en uno de tus colegas. Madre mía pero qué inconsciente. Petrificado observas la culminación de ese proceso cuando el interfecto se eleva sobre la silla culeando hacia atrás y te espeta: "¡Estás loco! ¿Pero cómo se te ocurre pedir esa cosa, no sabes que se pueden limpiar monedas con eso?"
 Tú estás avergonzado ante tu desconocimiento, pero intentas defender la petición de Coca Cola aludiendo que todo el mundo sabe que eso es un mito. La bebidas llegan y tu colega te reta a que metas una moneda sucia en tu espumeante brebaje. Al final cedes, primero para que te dejen en paz de una vez, que qué coño, ya que te la vas a pagar tú que menos que pedir lo que quieras. Y segundo porque tus otros amigos están jaleando el experimento parapetados cobardemente tras sus vasos de inocua cerveza. Sacas la moneda. La tiras dentro del vaso. Y la sacas temblando. Limpia, hermosa, como recién hecha. Brillando con el hermoso resplandor de la unidad de intercambio comercial por excelencia. "Lo ves, te lo dije. Anda pídete una birra o una fanta, que al menos no te matarán con 30 años"
 Y así queda la cosa. El experimento se ha saldado con un amigo erigido como tocapelotas real y encima tú te has quedado sin Coca Cola, y con la palabra en la boca. ¿Te resulta una imagen familiar?
 - ¿Oh, Dios mío Dr. Gonzo cómo podría haberlo evitado?
   Fácil, queridos. Leyendo este interesante artículo sobre la propiedad limpiadora del icónico refresco.
  Veamos. Es cierto que la Coca - Cola es capaz de limpiar algunos metales, entre ellos los que conforman las aleaciones de las monedas. Esto se debe a uno de sus componentes: el ácido fosfórico [H3PO4]. El ácido fosfórico se utiliza como acidulante para darle un toque más refrescante a la bebida y contrarrestar el excesivo dulzor de algunos de sus otros ingredientes. El ácido fosfórico sustituyó a principios del siglo veinte al ácido cítrico cuando John Pemberton se dió cuenta de que así abarataba costes de producción. La leyenda se forjaría durante los 50 y 60, cuando conductores, motoristas y camioneros la utilizaban para pulir los parachoques y demás superficies cromadas de sus vehículos. El ácido fosfórico reacciona con el cromo formando una capa superficial y brillante de fosfato de cromo. De hecho, las pinturas antioxidantes que se utilizan hoy día tienen su dosis de ácido fosfórico. Peeero no es en modo alguno dañino para el ser humano, ni dado el caso, para ningún animal. De hecho el  fósforo es un elemento en extremo beneficioso para el organismo. Entre otras cosas forma parte de los ácidos nucleicos, es clave para múltiples reacciones de modificación de moléculas, conforma el ATP (el combustible metabólico) y el AMPcíclico (uno de los principales mensajeros intracelulares), etc... Y aunque existen grandes reservas del mismo en forma de sales almacenadas en el esqueleto el aporte extra de la Coca Cola siempre viene bien. Así que ya saben. La Coca Cola te puede matar por su increíble aporte calórico, por su sabor dulzón o por beber un sorbo con la boca llena de mentos. Pero no por el ácido fosfórico.



Para Pablitania, In memoriam.

jueves, 14 de enero de 2010

Por una canción: Hallelujah - Leonard Cohen

                                              
                                                       
- Raymond, mírame.
Ella estaba delante de él, tan hermosa como siempre había sido, más que nunca. Tan hermosa que los ojos de Raymond se negaron a llorar su tristeza por no apartarse un segundo. Todo sucedía en la más absoluta lentitud. Raymond podía sentir las palabras tomando forma en sus labios, dibujando su trayectoria en el aire. Despedazando su alma con exquisita dulzura. En la parte de atrás de su cabeza la memoria ardía con la fricción de cientos de recuerdos pasando a gran velocidad. Dejando un surco de dolor, que toma la forma de él mismo corriendo a través de kilómetros de brasas. Porque una vez le dijo que lo haría si ella se lo pedía. Y hubiese corrido por encontrar una razón, una lógica a un universo que permitía que alguien como ella se hubiese fijado en un pedazo de anonimato como él. Para sentirse merecedor de tanta belleza.
  Con un crujido casi audible los huesos de Raymond se rindieron ante el peso de aquella mirada, haciéndole  recostar su cuerpo contra la pared, lentamente. Para que ella no notase que se estaba derrumbando. Que había perdido. Una vez te quise. Una vez... Hace tiempo, no es culpa mía. El tiempo lo erosionó todo, mis sentimientos se... se perdieron. Pero te quería. Porque ahora me estoy ahogando. Y tú estás ahí, en frente con los ojos tan anegados de dolor que mirarte es como mirar al Sol de frente. No me hagas esto, por favor, por favor, no.
 Los errores del pasado, aquellos que le habían marcado sin que él lo supiera, o sin que les diera importancia, estallaron sobre él.
 Los segundos congelados cayeron en cascada. Y mientras Raymond se rompía en pedazos supo con total claridad que nunca había dejado de quererla un momento. Ni siquiera cuando se la dejaba olvidada en el fondo de una botella, o en el pelo de otra mujer. Supo que el mañana vendría gris.
Raymond la miró por última vez.
 -  Adiós, Raymond.














P.D: Este post va dedicado a 2 de mis lectoras. A una por inspirarme. Y a otra para que no cometa el error de pillarse a un Raymond, que nunca merecen la pena.

martes, 12 de enero de 2010

Relato: Tejido cicatricial I

                                I                            

                                                    

 . . .Y de los sueños despierta. Pensando:

 
Que se jodan.

  04:30  Despego el paquete envuelto en celofán y papel aceitado de detrás del váter, y desenvuelvo su contenido: Una Glock 18 y tres cargadores llenos que van a parar a mi chaqueta. Bajo corriendo las escaleras y salgo por la puerta trasera. Las nubes chillan que el diablo ha abandonado el edificio.

 04:38  Me monto en el descapotable de Marty, con 2 garrafas de gasolina, un rollo de cinta americana y mis cojones artillados de 9 mm. Si tengo suerte, todavía quedará truco en la guantera.

04:39 Tengo suerte.

04: 43
  El truco galopa por mis venas como una horda de hunos reventando mis conexiones nerviosas. Pongo el coche a 2000 revoluciones hasta que el motor huele a quemado. O quizás sea yo, pero qué coño. Sonrío. Si es verdad que el estiércol es tan buen combustible esta mierda de pueblo va arder como el Infierno. Toca moverse.

  Los semáforos son relámpagos de luz, y los coches un bocinazo deformado por el efecto doppler y la droga. Recorro 10 calles en menos de 2 minutos con el cuerpo tan tenso que puedo oír cómo me chirrían los tendones. La comisaría está justo en frente. Detengo el coche en mitad del asfalto y me bajo con la pistola, la munición, la cinta y una de las garrafas de gasolina bajo el brazo. Calculo que estoy a unos siete minutos de perderme por completo en el subidón de la droga, si mi corazón aguanta. O no me han matado antes. Compongo mi expresión más amable y entro en la oficina del Sheriff. El gilipollas de Ronald el ayudante se planta delante con un detector de metales y con lo que debe creer es una sonrisa de superioridad grabada en la cara.
– ¿S.? Puntual como un chico de ciudad. Buen muchacho, que respeta la autoridad. – Se agacha hasta mi oído. – Y que ha traído consigo el millón en metálico o 20 años para gastar en prisión. Putita.
  Miro alrededor. Hay 5 policías sumidos en papeleo en la pequeña oficina y por supuesto, el Sheriff. Obeso, comido por la droga y la sífilis que se trajo de Vietnam. Corrupto y malignamente estúpido. La araña vieja y gorda sentada en su enorme tela de cemento, cristal y polvo. Sabe que he llegado y mira por entre las cortinas de su despacho como un caimán asoma por encima del agua. Puedo olerle desde aquí. Te voy a quemar hijo de puta. Suspiro y miro a Ronald.

 –¿Podría sacar todo el metal que lleve encima, Sr. S.?

 El truco casi no me deja hablar. Todo se empieza a volver lento y espeso. El tiempo es un torrente de melaza. Puedo oír cantar a Dios.

 – Ronnie Querido. Ronnie Money quería un pony. Su mami no le dejó y Ronnie Money a llorar se echó. Como su madre verle llorar no quería, le propuso ir a la heladería.

 – ¿¡Qué mierdas estás diciendo loco cabrón!? ¡Saca cualquier objeto metálico que lleves!

Cojo un bolígrafo de la mesa que tengo justo al lado y se lo clavo a Ronald en el cuello con tanta fuerza que mi puño rompe su tráquea con el golpe. Su cuerpo choca contra la pared y va resbalando hasta el suelo. Le termino la canción.

– Pero Ronnie quería el pony, no se olvidaba de ello. Y su madre harta le rompió el cuello.

 Un gorgoteo y Ronald está muerto. Le cojo la pistola del cinto y saco mi glock de la chaqueta. La adrenalina se suma a la droga y empiezo a disparar. Mis brazos se mueven a la velocidad del sonido. La balas vuelan dejando estelas elegantes que rasgan la realidad con brillantes tonos de rojo. La saliva se derrama de mi boca entre los dientes apretados. Y los policías van muriendo uno tras otro con los cuerpos reventados por agujeros que son como estrellas en negativo. Pasa un segundo con la lentitud de un siglo. Y luego...

Relato: Tejido cicatricial II


 II



   El cristal del despacho del sheriff estalla cuando dispara una escopeta del calibre 12 intentando cazarme. Casi puedo ver la hermosa trayectoria de los fragmentos floreciendo en el vacío. Recibo el impacto en el más absoluto silencio. Porque a estas alturas mis oídos deben de haberse frito con la droga. Tampoco siento dolor. Por lo que corro a través de la sala antes de que el Sheriff recargue el arma. Salto a través de la ventana y aterrizo encima de él babeando como un animal, acuchillándole la boca con el cañón del revólver de Ronald. La escopeta sale volando al otro lado del cuarto. Abre la boca cerdo. El sheriff escupe sangre y algunos dientes a través de las comisuras de la boca, el único espacio que no está lleno de metal.

 – ¿Qué tal mi polla de fabricación israelita? Chúpamela gordo cabrón, prometo avisarte antes de correrme 10 balas en tu garganta.

 – MMMMMM!!!!

– Ahora escúchame. Tus ojos son dos lienzos. Y voy a pintarlos de negro.


Me incorporo y le disparo en las rodillas hasta quedarme sin balas. Camino hasta la entrada de la comisaría donde dejé la garrafa y la llevo hasta el despacho, con el sheriff aullando todavía de dolor. Huele a sangre, a pólvora y a café de máquina. También huele a carne de cerdo. O va a oler. Le rocío de gasolina por encima y vierto el resto  por el despacho hasta agotar los 8 litros. Arrojo la garrafa a un lado y me inclino sobre el brazo gordo de la ley para atarle las manos con la cinta americana. Apenas se resiste. No le oigo pero supongo que me está rogando hacer un trato. Que se joda. Encima de su mesa de roble hay una caja de puros y dentro... Bingo. Un mechero zippo de unos 40 dólares. Una hermosa pieza de coleccionista y un final perfecto.   Agarro una pila de papeles y les prendo fuego. Cuento hasta tres en voz alta y los dejo caer sobre el charco de gasolina más próximo, que se inflama con rapidez. El fuego empieza a devorar ansioso el parquet y las paredes. Y al Sheriff. Desde las piernas. Nada de asfixia, este cabrón se va asar y va a disfrutar del proceso. De camino a la salida me aseguro de conectar los extractores de humo.

Relato: Tejido cicatricial III


III

   Me monto en el coche, chorreando sangre en la tapicería. Apenas tengo idea de qué están haciendo mis piernas y supongo que me habré meado encima. Al final parece que no usaré el bidón de gasolina extra para la huída. Miro hacia la comisaría. Las llamas lamen la calle desde las ventanas del primer piso y me saludan con rápidas reverencias. A su Prometeo particular. Me estoy muriendo pero el coche arranca a la primera y puedo enfilarlo hacia el desierto. Cojo la garrafa con un esfuerzo supremo y la dejo colocada sobre el acelerador, meto cuarta y me desmayo. Un último relámpago de consciencia. En un ataúd chevrolet rodando a lo largo de  miles de kilómetros de arena que forman una mortaja única. A 120 y acelerando.
Amanece.


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lunes, 4 de enero de 2010

El Dandy

                                                  

Cruza el umbral de la puerta sujetándose las solapas de su abrigo de estilo marinero. El muslamen apretado en el negro sucio de unos pantalones pitillos sujetos precariamente por un cinturón de tela escocesa. Desenfadadamente caros. Absolutamente británicos. Una bufanda de punto cruza una ajustada camiseta con la imagen solarizada de Audrey Hepburn y una frase obscena en inglés impresa en letras negras con una fuente de diseño ultramoderno. La gente se arremolina en torno al gran salón para mirar a esta encarnación del esteta moderno. Y aunque todos son sumamente más ricos que él, se saben incapaces de igualar la informal sofisticación que desprende cuando sus zapatos describen una sobria filigrana sobre la alfombra turca de 2000 euros. Pronto empiezan las presentaciones. Salteadas con ponzoñosos comentarios por parte de aquellos que aún consideran el viejo esnobismo como el colmo de la elegancia. Esperando pillarle por sorpresa.
 - ¿Conocéis a Javier?
 - Vagamente. Creo recordar que eras...
 -  Magnífico. Y pintor.
 -  Interesante oficio.
 - Oh, yo no consideraría las inversiones de treinta mil euros en cuadros un oficio. Digamos que soy un artífice de caprichos.
 -  ¿Treinta mil en cuadros?
 -  En cultura, de hecho. Pero siempre hay quien prefiere el golf. Jajajajá
 - Jajajajá
  El esnob se retira con las orejas gachas intentando disimular la anécdota sobre su nuevo putter, que aún  flota en el ambiente igual que un pedo. Su joven contrincante sonríe desde el Olimpo de la autoconfianza. Igual que Hércules su bastardía es su acicate. Su padre  es el cosmopolitismo y su madre la beca Erasmus. Su estirpe se remonta a George Brummell y a la corte de Jorge IV.
Él es un Dandy.
 Las conversaciones se van sucediendo a lo largo de la noche entre la ingesta de caviar y champagne. El dandy se revela como un bebedor profuso y un conversador todoterreno. Su verbo es rápido, anecdótico y educado. Es capaz de conectar las influencias de la música Indie actual con los orígenes del calvinismo, y además meter entre medio alguna perla sobre el Getafe F.C y la última marca personal de Asafa Powell. Indomable pero flexible en sus convicciones, es como el Bruce lee de la dialéctica. Y cuando el género femenino abunda, sabe provocar el espasmo de la carcajada en los bien rellenos escotes con una batallita sobre su última visita a Berlín. La madrugada despunta en el carísimo carrillón del salón. Y el dandy se despide de sus anfitriones. Los hombres le sacuden la mano deseando que fuese su miembro. Las mujeres le besan las enjutas mejillas, desmayadas ante la proximidad de un glamour que ha alcanzado la consistencia de campo eléctrico. Y el dandy se despide breve y sobrio, como los grandes rockeros, dejando a su público con ganas de un bis.
 Para perderse en la noche urbana, su reino y amante exclusiva.

sábado, 2 de enero de 2010

Let me please introduce myself...





Dr. Gonzo
Heme aquí.
Quedaría estupendo dejar así la presentación y quedarme fino, con el ojete picueto picueto. Pero las escasas normas de cortesía inculcadas por mis progenitores y la deferencia que profeso al dueño y soberano de este blog me obligan a sacrificar el dramatismo en pro de una presentación adecuada a las necesidades de cualquiera que desee leernos. Así pues, lo primero, antes.
La idea de participar aquí como colaborador surgió hace ya algunos meses en tierra extranjera y ¡cuánto más fácil suponía pensar en ello cuando el ordenador más cercano estaba a, bufff, a... bueno no muy lejos pero había una maldita cuesta en medio y a mí se me da fatal
falar portugues!
Pero el tiempo pasa y a medida que las insinuaciones de Coco se hacían más intensas mi misfortunio aumentaba. Al final, no teniendo más salida que hacerlo o escurrir el bulto cobardemente, decidí ponerme a ello. Para conseguir fuerzas acudí a mi endocrino, quien me sometió a estricta dieta y me cambió los terrones de azúcar del café por pelotas de sodio. Tras esto tan sólo necesité una hora de inspiración y dos semanas de quirófano para decidir incluirme entre los retazos de la perturbada cabeza de un yogur de sabores. Lo que, he de decir, supone tanto un honor como una soberana putada. Y es que cuando hay un estándar a cumplir puede suceder que la pluma se ponga en huelga de punta caída y la inspiración se disipe como por arte de magia. Y así, momentos antes de la culminación de un artículo o una opinión, la prosa se interrumpe con gran disgusto por parte del lector y tremenda vergüenza por parte del literato. O peor todavía, la extrema necesidad de descargar las ideas propias puede dar lugar a que sean vomitadas en tan sólo tres míseras líneas, dejando al lector pensando
¿Ya? Al menos la etiqueta del champú me dura unos minutos. Por todo ello pido un poquillo de paciencia.
Que es mi primera vez.