martes, 12 de enero de 2010

Relato: Tejido cicatricial I

                                I                            

                                                    

 . . .Y de los sueños despierta. Pensando:

 
Que se jodan.

  04:30  Despego el paquete envuelto en celofán y papel aceitado de detrás del váter, y desenvuelvo su contenido: Una Glock 18 y tres cargadores llenos que van a parar a mi chaqueta. Bajo corriendo las escaleras y salgo por la puerta trasera. Las nubes chillan que el diablo ha abandonado el edificio.

 04:38  Me monto en el descapotable de Marty, con 2 garrafas de gasolina, un rollo de cinta americana y mis cojones artillados de 9 mm. Si tengo suerte, todavía quedará truco en la guantera.

04:39 Tengo suerte.

04: 43
  El truco galopa por mis venas como una horda de hunos reventando mis conexiones nerviosas. Pongo el coche a 2000 revoluciones hasta que el motor huele a quemado. O quizás sea yo, pero qué coño. Sonrío. Si es verdad que el estiércol es tan buen combustible esta mierda de pueblo va arder como el Infierno. Toca moverse.

  Los semáforos son relámpagos de luz, y los coches un bocinazo deformado por el efecto doppler y la droga. Recorro 10 calles en menos de 2 minutos con el cuerpo tan tenso que puedo oír cómo me chirrían los tendones. La comisaría está justo en frente. Detengo el coche en mitad del asfalto y me bajo con la pistola, la munición, la cinta y una de las garrafas de gasolina bajo el brazo. Calculo que estoy a unos siete minutos de perderme por completo en el subidón de la droga, si mi corazón aguanta. O no me han matado antes. Compongo mi expresión más amable y entro en la oficina del Sheriff. El gilipollas de Ronald el ayudante se planta delante con un detector de metales y con lo que debe creer es una sonrisa de superioridad grabada en la cara.
– ¿S.? Puntual como un chico de ciudad. Buen muchacho, que respeta la autoridad. – Se agacha hasta mi oído. – Y que ha traído consigo el millón en metálico o 20 años para gastar en prisión. Putita.
  Miro alrededor. Hay 5 policías sumidos en papeleo en la pequeña oficina y por supuesto, el Sheriff. Obeso, comido por la droga y la sífilis que se trajo de Vietnam. Corrupto y malignamente estúpido. La araña vieja y gorda sentada en su enorme tela de cemento, cristal y polvo. Sabe que he llegado y mira por entre las cortinas de su despacho como un caimán asoma por encima del agua. Puedo olerle desde aquí. Te voy a quemar hijo de puta. Suspiro y miro a Ronald.

 –¿Podría sacar todo el metal que lleve encima, Sr. S.?

 El truco casi no me deja hablar. Todo se empieza a volver lento y espeso. El tiempo es un torrente de melaza. Puedo oír cantar a Dios.

 – Ronnie Querido. Ronnie Money quería un pony. Su mami no le dejó y Ronnie Money a llorar se echó. Como su madre verle llorar no quería, le propuso ir a la heladería.

 – ¿¡Qué mierdas estás diciendo loco cabrón!? ¡Saca cualquier objeto metálico que lleves!

Cojo un bolígrafo de la mesa que tengo justo al lado y se lo clavo a Ronald en el cuello con tanta fuerza que mi puño rompe su tráquea con el golpe. Su cuerpo choca contra la pared y va resbalando hasta el suelo. Le termino la canción.

– Pero Ronnie quería el pony, no se olvidaba de ello. Y su madre harta le rompió el cuello.

 Un gorgoteo y Ronald está muerto. Le cojo la pistola del cinto y saco mi glock de la chaqueta. La adrenalina se suma a la droga y empiezo a disparar. Mis brazos se mueven a la velocidad del sonido. La balas vuelan dejando estelas elegantes que rasgan la realidad con brillantes tonos de rojo. La saliva se derrama de mi boca entre los dientes apretados. Y los policías van muriendo uno tras otro con los cuerpos reventados por agujeros que son como estrellas en negativo. Pasa un segundo con la lentitud de un siglo. Y luego...

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