No es que te fijes en él a las primeras de cambio, aunque tarde o temprano y si cae además en jueves, acabas por coincidir. Y le echas un vistazo.
Porte y apariencia. Conversación, gesto, risa. De la cabeza a los pies es desde el primer instante la más pura encarnación de una frase imperdonablemente sobreutilizada. "Es un buen tío."
Sin embargo describirle de esta manera se convierte en una redundancia para cualquiera que le conozca por períodos de tiempo superiores a los 20 segundos. Es decir, no me malinterpreten, es un buen tío, claro. Pero semejante caracterización equivaldría a describir el Pacífico como "uh... grande y mojado". Cuando se trata de él la bonhomía adquiere la calidad de superpoder, una suerte de mimetismo social, de glamour cuando el glamour era el glamhair feérico. Una capacidad innata de integrarse en un grupo y convertirse en parte esencial de éste. 15 años y aún a día de hoy me pregunto cómo demonios lo hace.
Pero luego las cosas se estancan ahí. Tal vez sólo es mi percepción desde fuera, pero esa adaptabilidad es a la vez cara al público y cruz a cuestas. Esa solidez, esa comodidad que inspira en los otros evita que se vea lo que hay detrás de ella, dándose por sentado y supuesto aquello de lo que no se tiene zorra idea.
A lo largo de los años he oído cómo se le describe de varias maneras, siendo con diferencia la más acertada (a su manera) y de largo la más estúpida "generador de anécdotas." De todos los motivos por los que habría que mantenerle cerca, el de talismán para potenciales aventuras es el peor de todos los posibles. Al menos, cuando se le conoce.
En mi caso ya no recuerdo qué fue lo que nos unió en un primer momento, aunque las películas, cómics y juegos de mesa tuvieron su papel en juntar a dos personas que en principio no tenían más en común que el frikismo que acompaña a la adolescencia magra en amores y plena en... (tos) acné. Pasaron los años, él se sacó el carnet de conducir y yo no, pero fue suficiente para instaurar la sacra tradición de ir al cine echen lo que echen. Y en el ínterin, él habla a su peculiar manera, y yo le escucho e intento descifrar a este cubo de rubik humano. Algunas de las caras resueltas muestran a un tío inteligente, enamorado de lo que acabará siendo su trabajo. No es un ávido lector general, pero sí de aquello que le gusta. Posee un gusto cinéfilo algo dudoso que compensa con un paladar musical rayano en el gafapastismo hipster. Culturalmente más inquieto de lo que la mayoría imagina, leal incluso con aquellos que no se lo ganan tan a menudo como debieran. Metepatas impenitente y muchas veces pasota in extremis, aunque yo no sea el más indicado para reprochárselo. Poseedor de un hígado chapado en titanio, aniquilador imparable de quintos, sibarita en las comidas y con una mano casi sobrenatural para el almogrote.
Y por supuesto, buena gente.
Hay bastante más, mucho más de hecho, pero de seguir describiéndole tendría que incluir uno de esos carteles de spoiler alert que tapizan las descripciones de las series que consume siempre, a razón de un capítulo por noche antes de dormir.
Dejo a pie de página una canción. No es su canción favorita. Todos sabemos que ese lugar está reservado a cierta flaca que describiría un Pau Donés en blanco y negro.
El porqué de esta canción lo dejo como otro acertijo, del que me huelo, sólo él y yo conocemos la respuesta.
Pero luego las cosas se estancan ahí. Tal vez sólo es mi percepción desde fuera, pero esa adaptabilidad es a la vez cara al público y cruz a cuestas. Esa solidez, esa comodidad que inspira en los otros evita que se vea lo que hay detrás de ella, dándose por sentado y supuesto aquello de lo que no se tiene zorra idea.
A lo largo de los años he oído cómo se le describe de varias maneras, siendo con diferencia la más acertada (a su manera) y de largo la más estúpida "generador de anécdotas." De todos los motivos por los que habría que mantenerle cerca, el de talismán para potenciales aventuras es el peor de todos los posibles. Al menos, cuando se le conoce.
En mi caso ya no recuerdo qué fue lo que nos unió en un primer momento, aunque las películas, cómics y juegos de mesa tuvieron su papel en juntar a dos personas que en principio no tenían más en común que el frikismo que acompaña a la adolescencia magra en amores y plena en... (tos) acné. Pasaron los años, él se sacó el carnet de conducir y yo no, pero fue suficiente para instaurar la sacra tradición de ir al cine echen lo que echen. Y en el ínterin, él habla a su peculiar manera, y yo le escucho e intento descifrar a este cubo de rubik humano. Algunas de las caras resueltas muestran a un tío inteligente, enamorado de lo que acabará siendo su trabajo. No es un ávido lector general, pero sí de aquello que le gusta. Posee un gusto cinéfilo algo dudoso que compensa con un paladar musical rayano en el gafapastismo hipster. Culturalmente más inquieto de lo que la mayoría imagina, leal incluso con aquellos que no se lo ganan tan a menudo como debieran. Metepatas impenitente y muchas veces pasota in extremis, aunque yo no sea el más indicado para reprochárselo. Poseedor de un hígado chapado en titanio, aniquilador imparable de quintos, sibarita en las comidas y con una mano casi sobrenatural para el almogrote.
Y por supuesto, buena gente.
Hay bastante más, mucho más de hecho, pero de seguir describiéndole tendría que incluir uno de esos carteles de spoiler alert que tapizan las descripciones de las series que consume siempre, a razón de un capítulo por noche antes de dormir.
Dejo a pie de página una canción. No es su canción favorita. Todos sabemos que ese lugar está reservado a cierta flaca que describiría un Pau Donés en blanco y negro.
El porqué de esta canción lo dejo como otro acertijo, del que me huelo, sólo él y yo conocemos la respuesta.