Peter Fjordsôn, estudiante universitario oriundo de Albany, Illinois, se encontraba hace unos años realizando un viaje de mochileros por Europa. Iba en busca de las emociones moderadamente fuertes que todo buen muchacho norteamericano puede hallar en el Viejo Continente. Hasta el momento poco le había defraudado en su periplo, habiendo disfrutado de cervezas rubias en los McDonald´s franceses y de unos estupendos bollitos caseros en Amsterdam que no le dejaron tan buen sabor de boca como de espíritu.
Sin embargo para desconsuelo del joven Fjordsôn, las europeas, máxime atractivo en tal tipo de viajes, no parecían estar al tanto de la fama que tenían entre los muchachos norteamericanos. O bien no querían hacer gala de ella con él, pues no había pillado cacho en las casi dos semanas y media que llevaba por nuestro terruño. Una mañana no obstante, a punto de cruzar la frontera Austríaco-Bávara se encontró de frente con un cartel. Era un cartel blanco, sencillo y limpio cuya simplicidad no desmerecía en absoluto la rotundidad de su mensaje:
Fucking 4Km.
"Santa Mantequilla de maní", dijo. Las leyendas eran verdad. Las historias más sucias y degeneradas de los veteranos de su fraternidad eran, al fin y al cabo, ciertas. Sus gónadas practicaron un rasgueo infernal con todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo y le impulsaron a través de aquellos cuatromil metros de impoluto asfalto germano. Su mente estaba nublada con imágenes de valkyrias semidesnudas peleándose a besos por comer de su fruta prohibida. Su saliva era salada y caliente de pura anticipación. Su cara de saludable mozo de campo estaba enardecida y desencajada, la quijada goteante, la lengua fuera.
Caminó en la mejor de tradición de los gatos calzados con botas, harto abundantes en esa región, y alcanzó su objetivo unos cuantos segundos más joven. La bruma rosada que le cubría los ojos se fue levantando y vio...
A partir de este punto la historia se vuelve imprecisa y vaga. Quizás el esfuerzo le condujo a una combustión espontánea. Quizás lió el petate y se fue de vuelta a sus campos de maíz.
Lo que es seguro es que lo que vió al término de su caminata fue un pueblecito idílico y antiguo sin más sexo que el que sus habitantes quisieran tener a puerta cerrada.
Porque Fucking es tanto el pueblo con el nombre más desafortunado del primer mundo como una hermosa villa fundada en el 1070 y nombrada así en honor a un tal Focko, cuyos méritos desconozco. Fucking pertenece al municipio de Tarsdorf y se halla a tan sólo unas millas de la ciudad de Salzburgo. Al parecer la desafortunada homonimia con el infame gerundio inglés les cuesta a los pobres un pastiche en concepto de señales robadas. Y unas cuantas horas extra a los representantes de la ley, deteniendo y multando a parejas de turistas en público fornicio. Los habitantes se hallan indignados ante estos cada vez más numerosos actos "vandálicos". El Alcalde, Franz Meindl proclamó en una memorable entrevista su reprobación y su desconocimiento del porqué de tanta coña. Desgraciadamente su declaración, en inglés, quedó un tanto deslucida cuando preguntó "What´s the Fucking joke?". Pitorreo general y zapatiestas en el pequeño ayuntamiento. La polémica continúa encendida, y el turismo es cada vez mayor, gracias en parte a la publicidad de blogs como el mío. Siento hacer leña del árbol caído, pero... ¡Ah, haber pedido muerte!
"Fucking, Por Favor no tan rápido!"
Señal cerca de un colegio.
Nótense las carusas que ponen, pobrecicos míos. Quién no querría ir despacito con ellos para no hacerles daño?