I : El encuentro.
Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar como este si éste fuera distinto, se encontraron tres hombres en el cruce polvoriento de un polvoriento camino. A primera vista parecían tres hombres iguales. Tres hombres sucios, cansados y hambrientos. Sin duda, tres hombres sólos. Aunque a medida que se acercaban unos a otros se fueron dando cuenta de que no podían ser más diferentes. El primero, el que se acercaba por el Norte, era alto y desgarbado, con el pelo del color de la arena y los ojos del color del mar. Caminaba balanceando los brazos y las piernas como si estos fueran a su aire, mientras su cabizbaja cabeza parecía encargarse de asuntos que no estaban ni siquiera en el mismo universo que el resto de su cuerpo.
El segundo, que se acercaba por el Este, era bajo y robusto, con el pelo oscuro y enredado y los ojos verdes como la hiedra que crece entre las piedras de los viejos castillos. Caminaba a zancadas cortas, con el cuerpo un poco inclinado por el peso de un extraño instrumento repleto de cuerdas y teclas que cargaba a su espalda, y silbaba entre dientes sin llegar a cerrar del todo la boca.
El tercero no se acercaba por ningún lado, pues llevaba un rato parado en el centro del cruce. No era ni tan alto como el hombre alto, ni tan bajo como el hombre bajo y su pelo y sus ojos eran del mismo color que la tierra que le rodeaba por todas partes. Dado que estaba parado, no caminaba de ninguna forma en absoluto, pero daba la impresión de que, de hacerlo, lo haría definitivamente de forma suave. Sonreía.