viernes, 22 de octubre de 2010

Jesucristo y el Anatema de Lesbos

Hola de nuevo, muchachada.
El tema que hoy ocupa el espacio humeante donde antes estaba mi cabeza, es el cisma religioso más gordo desde que el padre Apeles decidió amamellarse con Aramis Fuster. Tal es su magnitud.
Considerándome profeta de esta revelación divina, comienzo mi epopeya un Lunes a las 2 de la mañana, en casa nada más y nada menos del dueño y señor del blog lácteo (y algo abandonado) por excelencia. Arrellanados píamante en el sofá ante el sacramento de una botella de ron, el Sr. De Cocó comentó de forma vaga estar en posesión de una pieza de celuloide notablemente singular. Al parecer, había llegado a sus manos de forma poco clara (y aún menos legal), por medios paganos relacionados con la idolatría de cierta Mula, y aún no había tenido tiempo de examinarla. Nos, firmes defensores de la cultura, le instamos a mostrárnosla reprimiendo dinámicos bostezos de excitación. Y señores les juro que... que no... No puedo tan siquiera describir la emoción que me embargó. Sentí como si las trompetas de Jericó tocasen reggaetón al tiempo que la prostituta de Babilonia mordisqueaba mis pezones, cuando unas letras rojas como el demonio anunciaron que Phil Caracas encarnaba a JesuCristo Cazavampiros. ¡¡¡ALELUYA HERMANOS!!! Regocijaos, regocijaos mis feligreses pero humillaos también ante el poder del Kung Fu de Cristo. Pues durante 85 minutos Le veréis repartiendo hostias como panes (y no del ácimo precisamente) y repitiendo el milagro de la multiplicación con patadas en la boca. Y por qué os preguntaréis. ¿Por qué? Pues bien hermanos míos, no lo hacía por convertir a los infieles, pues Él es paciente y sabe esperar. No lo hacía por vengarse de romanos gordacos con gusto por la higiene manual, pues Él no es rencoroso y sabe perdonar. Nuestro Mesías favorito se lía la sábana santa a la cabeza para librar al mundo de una banda de vampiros con cierta inclinación a alimentarse de bollería fina. Y con ello no estoy hablando de succionar el chocolate de bollicaos ajenos, lo que bien mirado sería también una putada. No, en este caso El Hijo se esfuerza en salvar uno de los sectores más descarriados del rebaño con ayuda de Dios y un porrón de agua bendita. En conjunto, resulta una obra digna de fumata blanca y servidor aboga porque sea analizada y discutida por las más preclaras mentes del cristianismo (posiblemente, Rouco Varela y Ned Flanders) a fuer de ser incluída entre la carta a los Corintios y el Apocalipsis de San Juan. Al fin y al cabo, si Jesús pudo resucitar a Lázaro y convertir el agua en vino, bien puede combatir las fuerzas del mal a ritmo de rock y golpes Wing Chun. Lo dicho, toda una revelación digna del mejor espino en llamas.

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